El yoga fue la vía, a través de la cual, comencé a ver
la luz que tanto necesitaba. Mi vida se fue hospedando en una profunda
oscuridad y una pegajosa tristeza que me invitaba a pensar en el suicidio casi
a diario.
La ansiedad, el miedo y las ganas de morir eran mi
dieta diaria y poco a poco mi cuerpo comenzó a acompañar a mi mente para,
aprovechando cualquier situación contextual, castigarme o flagelarme sin pausa.
Para mí, relacionarme con los demás era un abismo que
evitaba si quiera plantearme y mucho menos desarrollar. Por lo que los días se
dividían en dos partes, cuando estaba durmiendo, cosa que trataba de alargar y
disfrutar, y cuando estaba despierto (o por lo menos aparentemente) confinándome en el sufrimiento y la tortura mental.
Ahora, desde la nueva perspectiva que la práctica del
yoga me ha proporcionado, empiezo a entender el lugar donde se desenvuelve
todo, la mente para, con presencia, abordarla aprendiendo a desenvolverme en
esta dimensión física.
Miro a mi alrededor y veo que muchas personas viven en
un estado parecido al que yo transitaba, pero con una dosis más pequeña de sufrimiento
a la que yo me sometía, que están perdidas en los juegos del ego.
Ahora comprendo mejor como funciona mi mente, pudiendo
atajar las arremetidas del ego y sus juegos. Ahora soy más consciente de haber
creado un ego imaginario que me impide, si se lo permito , vivir en armonía.
Gracias a la presencia, la capacidad de observación y
el buen uso de mi poder personal que la práctica de yoga inyecta en cada nuevo
día, puedo decir que vivo, estoy y comparto de una nueva forma, más real, más
completa, más satisfactoria.
Gracias